Ella se ruborizó. Apoyé la mano izquierda en la pared junto a su cabeza. Ella giró su rostro hacia el otro lado y yo apoyé la otra mano a su derecha.
-Si, mi gustas, -añadí.
Ella, miedosa, mi miró de nuevo. Estaba avergonzad, pero entonces mi miró a los ojos confirmando lo que yo sospechaba. Entonces, atrevido, la bese. Note que le agradaba. Entonces toqué su pecho derecho insolente y vi que aun le gustó más. Ya sin sin remedio, le toque el coño por encima de la falda. Apartó sus labios de los mios bruscamente.
-Déjame, -dijo.
-No, -le contesté y la bese de nuevo.
Entonces saqué un boligarfo de mi chaqueta y apunté mi número de telefono den un papel.
-Toma, -le dije, -llamame en cuanto quieras. Te deseo.
Y salí del pasillo, regresando sonriente a la mesa donde estaban mis compañeros de trabajo y el odiado jefe.
Había empezado mi venganza. Iba a follarme a su mujer.
Tres dias despues, ella me llamó.
- ¿Enrique?
No reconocí su voz.
-¿Si?
-Soy Marta.
-¿Marta?
-Si. me conociste el otro día.
-¿Quien eres?
-Soy la mujer de tu jefe.
-¡Ah!
Me sorprendió ver que sabía mi nombre. Proseguí.
-Dime.
-¿Aun esta en pie lo que me dijiste?
Sonreí.
-Claro.
-¿Puedo verte?
Le di mi dirección. Media hora después estaba en mi casa.
Vino elegantemente vestida, tanto como en la comida del otro día. Estaba nerviosa, un tanto asustada.
-¿Un café?, -ofrecí.
-Si, por favor.
-No es un café lo que buscas.
Me acerqué a ella. Olía a perfume caro. Miró al suelo avergonzada.
-Yo...., -musitó.
No le permití continuar. La besé. Ella respondió con pasión. Desabroche su blusa mientras continuaba besándola. Le quité después el sujetador.
-Eres preciosa, -afirmé mientras acariciaba sus pechos.
Ella se animó y comenzó a desabrochar mi camisa. Apresuradamente, nos desnudamos uno al otro y la recliné en el sofá donde estábamos sentados. Mi mano pasó tocar su húmedo sexo, mientras ella agarró mi erecto pene.
-¡Oh!, -gimió.
Entonces le hice abrir las piernas y me coloqué entre ellas.
-¿Que haces?, -preguntó.
-Calle y concéntrate, -le respondí.
Mi lengua penetró en su coño, lamiendo esos sabrosos labios y busqué su clítoris.
-¡Um! ¡Si! Estas loco, -dijo mientras se retorcía de placer.
Entonces se corrió, gimiendo.
Me levanté desnudo entonces y le dije.
-Ahora es cuando te voy a servir café, para poseerte después.
Y me perdí en la cocina.
Tras penetrar su coño con mi pene en mi dormitorio, regresó a su casa con su marido. Lo había conseguido, me había tirado a la mujer de mi jefe. Estaba satisfecho. Podía ya olvidar a esa mujer.
Un par de días después, volvió a llamarme por teléfono. No contesté. Lo hizo de nuevo por la noche y la volví a ignorar.
Al día siguiente, al regresar del trabajo, la encontré esperándome en la puerta de mi casa.
-No contestaste a mis llamadas, -me espetó al verme.
-He pensado que es mejor que lo dejemos.
-¿Porque?
-Es obvio. Eres la mujer de mi jefe. Vete.
Se puso a llorar, diciéndome.
-Eres un cerdo.
Me gusta ver llorar las mujeres.
-Está bien. Sígueme.
Subimos a mi casa y la conduje a mi dormitorio.
-Desnúdate, -ordené.
La dejé sola unos minutos, tras los cuales regresé. Estaba desnuda, sentada en el borde la cama.
-Perdona, -me dijo, -soy una tonta. Si no me deseas, me voy.
Me senté en un viejo sillón junto a la ventana, sonriendo. Me gustaba aquello. Me sentía satisfecho.
-Ven, -le dije.
Ella se acercó, mirando al suelo.
-Arrodíllate, -ordené.
Saqué mi miembro entonces.
-Chúpalo.
Ella me miró asustada y más sorprendida aún.
-Venga, no tenemos toda la tarde, -añadí.
Lo agarró con ambas manos , falta de experiencia en eso. Por fin hizo que me corriese.
-Trágalo todo, -le dije.
Me levante del sillón, diciéndole:
-Sigue ahí, arrodillada.
Regresé unos diez minutos después. Ella continuaba tal como le había ordenado.
Me senté de nuevo.
-Empieza a tocarte, -le dije.
-¿Que?
-Que te toques. Mastúrbate. Quiero ver como te corres.
-Me da vergüenza hacerlo delante de ti, -contestó tímidamente.
-Está bien.
Cogí entonces de entre su ropa un pañuelo que había traído en su cuello, Se lo coloqué en sus ojos, tapando su vista.
-Te voy a ayudar un poco, - le dije en tono suave.
La acerqué a mí, entre mis piernas y la besé. Después comencé a tocar su coño, excitándola. Cuando me pareció suficiente, le ordené con voz dura.
-Continúa tú sola, o no volverás más a mi casa.
Ella lo hizo, lentamente, con suavidad, pero muy excitada. Cuando estaba a punto de correrse, le quite el pañuelo de sus ojos.
-Sigue, -grité.
Cómodamente, satisfecho y apoyando mi barbilla en mi mano derecha, vi como le llegó el orgasmo. Entonces se sintió avergonzada y llorando se tapó la cara con sus manos.
La besé y abracé, diciéndole.
-Lo has hecho muy bien. Eres preciosa. Me ha gustado mucho y quiero que vuelvas en cuanto puedas.
-¿Si?, -preguntó entre lágrimas.
-Si. En serio. Pero deberás aceptar mis gustos.
Sacó sus lágrimas y respondió de nuevo.
-Haré todo lo que quieras.
-Muy bien.
Tras su partida, me sentí contentó y orgulloso. Había conseguido la sumisa que buscaba.